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Mariel AmandaJosephine
CAPÍTULO UNOKent, Inglaterra, agosto 1827 Josie, con los ojos desorbitados, paseó su mirada por toda la habitación. Adeline no había exagerado cuando le había descrito Faversham Abbey. Era todo lo que uno podría esperar de un viejo monasterio convertido en la finca de un conde, desde las pintorescas torres hasta las ventanas estrechas y las altas columnas. Sentada sobre un canapé revestido de brocado, centró su atención en Adeline, Georgie y Theodora. Josephine le dedicó una sonrisa a Adeline, notando la franca alegría que radiaba de su amiga. –La abadía es realmente impresionante. –Me resulta difícil de creer que vaya a vivir aquí. Es como si estuviese atrapada en un sueño, del que espero no despertarme nunca. —Adeline se apartó un rizo que le caía por la frente. –¿Tienes que ser tan…dramática? —Georgina sonrió con satisfacción, un brillo juguetón bailaba en sus ojos. –Por supuesto que tiene que serlo. —Theo abrió su abanico de seda—. Este es el primer día del resto de su vida. Un momento muy excitante. Georgie deslizó su mirada hacia Theo. –¿Deberíamos hablarle sobre la noche de bodas? Josie sintió que se le sonrojaban las mejillas, ya que sabía perfectamente a lo que se refería Georgie. –No hay necesidad. —Adeline agitó su mano para descartar la idea. Georgie hizo una mueca. –Parece que nunca conseguiré explicarle a nadie el acto de copulación y el placer que se encuentra cuando te pillan. –Siempre quedará Josie. —Adeline sonrió. –No. —Josie desvió su mirada y la posó sobre la repisa de mármol de la chimenea—. Lo que quiero decir es que preferiría que no lo hicieses. Puede que fuese casta, pero la inocencia no era lo mismo que la ignorancia. Josie sabía perfectamente bien lo que ocurría entre un hombre y una mujer tras la puerta de una habitación. Mamá se lo había explicado de la forma más torpe que uno podía imaginar. Utilizó todo tipo de utensilios de cocina para hacer una demostración y concluyó con la advertencia de que no se dejara guiar nunca por la lujuria. Alejó aquel recuerdo de su mente, puesto que no tenía ningún deseo de reflexionar sobre tales cosas. –Relájate. Estaba solo bromeando. —Georgie rio. –Por supuesto. —Josie dirigió su atención al aparador—. ¿Me permites que sirva? Se alzó y atravesó la habitación hacia la bandeja del té. La tarea de servir le proporcionaba una necesaria distracción del tema en cuestión. Levantó la tetera para servir la primera taza. –Te ayudaré. —Theo se acercó hasta ella, esperando mientras Josie terminaba de llenar las otras tres tazas. –Dos terrones de azúcar, por favor —dijo Georgie. Josie añadió el azúcar en la taza de Georgie y lo removió antes de entregársela a Theo y de coger las otras dos tazas. Regresó al canapé, le dio a Adeline su taza y se sentó. –En apenas dos días serás la condesa de Ailesbury. Es bastante interesante. Adeline sonrió. –Lady Ailsebury. Suena maravilloso, ¿verdad? –Espléndido, de hecho. —Theo dio un sorbo a su té. –Y por primera vez, tendrás el título de lady delante de tu nombre. No es que espere que te comportes como una. —Georgina le guiñó un ojo, sus ojos iluminados con malicia. Adeline sonrió y una pequeña risa se le escapó mientras dirigía su atención a Josie. –Ahora, solo tenemos que encontrar un marido para ti. –No tengo prisa, aunque mamá no estaría de acuerdo conmigo. Josie, antes de dirigirse hacia Faversham Abbey, le había prometido a su madre que buscaría activamente un marido cuando volviese. Su economía había alcanzado un mínimo histórico. Mamá le había dicho que si no conseguía casarse pronto, y con un hombre adinerado, se quedarían totalmente desamparadas. Josie sabía que era un comportamiento egoísta, pero, a pesar de todo, no podía venderse al mejor postor. Una vida de indigencia era preferible a un matrimonio sin amor. Aun así, no había mentido a mamá, simplemente le había engañado un poco. Tenía la intención de buscar un buen partido y, por definición, de abrirse para que la cortejaran. Simplemente, no aceptaría una oferta de matrimonio a no ser que hubiese sentimientos profundos. –A lo mejor encuentras a alguien mientras estás aquí. —Adeline dejó su taza sobre la mesita de caoba. –Ya hemos hablado mucho sobre mí. Dinos, ¿hay algo que podamos hacer por ti? ¿Tienes el vestido preparado? ¿Necesitas ayuda para planificar los asientos o el menú? —Josie fijó sus ojos en Adeline. –Nada de nada. Ya se han hecho todos los arreglos —dijo Adeline—. Incluso me he tomado la libertad de organizar actividades solo para nosotras. Josie no pudo evitar sentir un sentimiento de pérdida. Todas sus amigas la estaban abandonando por sus nuevas vidas de esposas. No era del todo así; sin embargo, se sentía dejada de lado. Con las otras tres casadas, ¿qué sería de ella? ¿Volvería a ser la chica asustada que llegó a la escuela hacía tantos años? A ellas les debía su fuerza. De una cosa estaba segura: nada volvería a ser igual. –¿Qué actividades? —preguntó Georgie, con una ceja arqueada. –Mañana por la mañana toca la caza del pavo. No veo la hora de enseñaros mis habilidades y ver si alguna de vosotras sabe cazar —dijo Adeline. Se giró hacia Theo y añadió—: Me temo que no llegarás a tiempo desde la escuela para unirte a nosotras. –No te preocupes por mí. Estoy deseando pasar algo de tiempo a solas con Alistair. —Theo se levantó, dejó a un lado su taza y se alisó las faldas—. Desea salir de madrugada. Será mejor que me vaya a la cama. –Cierto. Necesitarás energía. Asegúrate de conservar un poco cuando recojas a Ainsley y Arabella. —Adeline rio antes de añadir—: Echo de menos a las pesadas hermanas. –Las verás muy pronto —dijo Theo. –Espero que les gusten los nuevos vestidos que encargamos —añadió Adeline. –Seguro que sí. —Theo se encaminó hacia la puerta—. Buenas noches, señoras. –Igualmente —dijo Josie. –Hablando de vestidos, ¿has visto los que te he enviado a la habitación? —preguntó Georgie. Josie se sonrojó. Detestaba aceptar limosnas de sus amigas. Una pensaría que se habría acostumbrado después de todos estos años, pero ella seguía sintiéndose incómoda cada vez que acudían a su rescate. Tragándose su orgullo, asintió firmemente. –Gracias. Son hermosos. –Estoy pensando que el vestido rosa irá bien para la ceremonia —respondió Georgie dulcemente. Adeline se levantó, reprimiendo un bostezo. –Voy a retirarme. Os veré a ambas mañana por la mañana. –Sí. Se está haciendo tarde. También me iré a la cama —dijo Georgie. –Yo no tardaré mucho. —Josie también estaba cansada, pero todavía no estaba preparada para retirarse a su habitación. Antes deseaba terminarse el té y tener unos minutos de silencio. –Muy bien —dijo Adeline. Georgie asintió antes de que ambas dejasen la habitación. Josie se acercó a la ventana abierta, donde se empapó de la cálida brisa nocturna mientras se terminaba el té. El cielo estaba lleno de estrellas titilantes y una luna llena iluminaba el terreno. Una parte de ella envidiaba a sus amigas por no haber encontrado solo el amor, sino también la seguridad. Quizás Adeline tenga razón y un día Josie encuentre al hombre perfecto para ella. Un hombre que la amara, la valorara y la cuidara. Suspiró y se dirigió al aparador para apoyar la taza de té. La única cosa de la que estaba segura era que todavía no lo había encontrado. Había tenido la fortuna y la desgracia de conocer a muchos caballeros en bailes, musicales y otros eventos. Una vez incluso se había sentido atraída por un comerciante gallardo y apuesto. Lamentablemente, ella pronto descubrió que tenía los modales de un jabalí. Preparada para irse a la cama, salió del salón y echó a andar por el pasillo. Levantó la vista hacia los retratos colgados en marcos de oro mientras se encaminaba hacia las escaleras. Seguramente eran los parientes del conde. Uno de ellos atrajo su atención y se acercó. Resultó ser el retrato de una elegante mujer con unos cautivadores ojos violetas. Se preguntó qué historias contaría la dama del retrato si tuviese la capacidad de hablar. Tendría que preguntarle al conde sobre aquella mujer cuando tuviera la oportunidad. Después de asimilar los detalles de aquella pintura, se giró, obligándose a seguir su camino por el pasillo. –¡Oh! —dijo ella, su cuerpo chocando contra otro. Unas fuertes manos la sujetaron por los hombros, estabilizándola. –¿Está usted bien? Con las mejillas ardiendo, Josie levantó la vista y miró a un apuesto desconocido. Él le devolvió la mirada, la preocupación se le reflejaba en sus ojos verdes. –¿La he lastimado? –N-no. Ha sido mi culpa. No estaba mirando por dónde iba. —Josie dio un paso atrás para liberarse—. Mis disculpas. No esperó a que él respondiese y se alejó por el pasillo, subió las escaleras y se adentró en la seguridad de su habitación. No había pasado ni siquiera un día y ya se había puesto en ridículo. ¿Qué pensarían los otros invitados si se enterasen del incidente? Se estremeció al pensar en eso. CAPÍTULO DOSDevon Mowbray, duque de Constantan, raramente dejaba su propiedad. Sin embargo, cuando recibió la invitación para las nupcias de Lord Ailesbury, apenas pudo resistir la tentación. Observando la sala de dibujo, estiró las piernas y espero a que apareciese el hombre. Sus pensamientos vagaron hacia aquella belleza de pelo negro con la que se había tropezado la noche anterior, pero obligó a su mente a volver al presente y a recordar por qué había venido. Durante años había oído hablar de la Bestia de Faversham: un conde con la cara y el cuello lleno de cicatrices producidas por un incendio ocurrido hacía años. Se rumoreaba que el conde nunca salía de Faversham y que pasaba la mayor parte de su tiempo oculto en su propiedad. Devon se veía reflejado, aunque sus razones eran diferentes y mucho más problemáticas que una apariencia deforme. Más extrañas aún eran las historias sobre la participación del conde en el trabajo de la fábrica. Se decía que profesaba miedo a su gente, a pesar del cuidado que les brindaba. Eran chorradas sobre su espantoso comportamiento, el cual casaba con su apariencia. Aquellas historias resultaban difíciles de creer, pero era también imposible negar lo intrigantes que eran. Tamborileó los dedos sobre el apoyabrazos del sofá. A Devon le era difícil relajarse cuando estaba lejos de casa durante un largo periodo de tiempo, pero tenía que conocer al misterioso sujeto y verlo por sí mismo. Esperaba que nada malo ocurriese durante su ausencia. Su personal era excelente y se había ocupado de tomar todas las precauciones necesarias. Debía confiar en que todo fuese bien. Un hombre irrumpió en la habitación y Devon se levantó para saludarle. –Lord Ailesbury, supongo. No podía ser otra persona a juzgar por la cicatriz que cruzaba su cara. En realidad, era una cicatriz insignificante. Devon se había esperado algo mucho peor, dadas las historias que se contaban sobre aquel hombre. –Así es, y usted debe ser el duque de Constantan. —Ailesbury le dirigió una cálida sonrisa. Devon asintió con la cabeza. Todos los rumores habían descrito a Ailesbury de una manera incorrecta. No solo sus cicatrices estaban lejos de ser bestiales, sino que también parecía un hombre educado con una agradable actitud. Devon le ofreció una amable sonrisa. –Es un honor conocerle y le felicito por sus próximas nupcias. –Gracias. Debo decir que soy un hombre afortunado. —Ailesbury rio entre dientes—. Tome asiento, Su Excelencia. –No hay necesidad de tantas formalidades. Por favor, llámame Devon o, si lo prefieres, Constantan. Devon se relajó en un sofá de felpa. Aunque había venido con la intención de conocer a una bestia, el hombre que tenía ante sí no le decepcionaba. De hecho, sospechaba que podrían convertirse en amigos. Un inesperado, pero agradable pensamiento. –Muy bien, y deberás llamarme Jasper. —Ailesbury se volvió hacia un lacayo que estaba cerca, le pidió que trajera algunos refrigerios y, a continuación, se sentó frente a Devon—. ¿Cómo te ha ido el viaje a Faversham? –Bastante tranquilo. Nuestras propiedades están a menos de un día de viaje y los caminos son regulares. —Devon se cruzó de piernas—. Es una pena que no nos hayamos conocido antes. –Es cierto —dijo Jasper—. Antes de conocer a la señorita Adeline, mi futura esposa, nunca salía de Faversham. –Tenemos algo en común, ya que yo raramente dejo mis tierras. Un sirviente entró con una bandeja de plata repleta de dulces, galletas, una jarra y vasos. Los ojos de Jasper se llenaron de curiosidad, aunque no le preguntó los motivos de su reclusión. Devon aceptó un vaso de limonada. –Demasiadas responsabilidades hacen que me sea difícil alejarme. No era una mentira, ya que sus deberes para con su madre y para con la familia eran responsabilidades que le exigían estar cerca. –Comprendo perfectamente lo ocupado que puede estar un hombre con sus tierras —dijo Jasper—. Aquí en Faversham siempre hay alguien o algo que requiere mi atención. –He oído decir que tu casa fue una vez un monasterio. Es tan impresionante como las tierras. Devon había oído la misma cantidad de historias sobre la propiedad y sobre los alrededores que sobre aquel hombre. Ahora se preguntaba si también esas historias eran erróneas. –De hecho, lo fue. Tal vez, te gustaría unirte al señor Felton Crawford y a mí para un paseo por la propiedad. —Jasper dio un mordisco a una galleta. –Sería un honor. Devon se sorprendió por la sinceridad que había en su tono. Había venido aquí movido por la curiosidad y había esperado volver a casa con la confirmación de todos los rumores que le habían contado. En lugar de eso, estaba disfrutando sinceramente de Faversham y de la compañía del hombre que lo dirigía. Quizás, su viaje resultaría ser una bendición. Devon se relajó y decidió disfrutar de su estancia en Faversham Abbey y de la fluida conversación en la que se había sumergido con Jasper. Algunas horas después, Devon estaba montando su semental por los terrenos de Faversham con Jasper y Felton. Le habían dicho que Felton se había casado con la amiga de la señorita Adeline. Según Jasper, las chicas eran muy cercanas y, del mismo modo, también sus maridos. Devon descubrió que le caía bien Felton. Se llevaba bien con ambos hombres y se percató de que se lo estaba pasando mejor de lo que había creído. Acercándose a un pasaje poblado de árboles, Devon aminoró el paso de su montura y siguió a Jasper. Un estrecho sendero que se abría entre los árboles permitía que pasase solamente un caballo detrás de otro. Las ramas de los árboles se extendían sobre ellos, arrojándolos en las profundas sombras, y gruesos arbustos y matorrales flanqueaban los lados del camino. Devon se inclinó hacia un lado para evitar que se le enganchase el abrigo con una solitaria rama mientras se encaminaban hacia el final del trayecto, donde se podía ver la luz del sol. –El último que llegue al otro lado del terreno tendrá que cepillar a los caballos cuando regresemos —dijo Felton, preparando a su caballo para el galope. –Espero que te guste la tarea —respondió Jasper. Devon se concentró en la abertura que había al final del camino. –Para eso es para lo que sirven los novios. –No me digas que ensuciarte las manos es demasiado para ti —dijo Felton desde atrás. –No puedo soportarlo —dijo Devon, mientras los hombres salían del sendero al campo abierto. Получить полную версию книги можно по ссылке - Здесь 6
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